El explosivo Flea, más allá de la base rítmica de los Red Hot Chili Peppers
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Antes de que aparezca una sola nota del bajo, ya se siente su energía. Flea no solo toca: desata. Su instrumento es una extensión de sus músculos, de su respiración, de sus cicatrices. En un mundo donde el bajista suele permanecer en segundo plano, él decidió convertirse en epicentro. Saltando, gritando, improvisando, Flea convirtió el bajo en protagonista, en latido, en alma.

Detrás del torbellino escénico existe una historia de sobrevivencia. Criado entre jazz, caos familiar y calle, encontró en la música un refugio salvaje. No estudió el bajo de manera tradicional: lo atacó. Lo golpeó con funk de Bootsy Collins, lo impregnó de punk angelino, lo tensó con la urgencia emocional del rock alternativo. Su estilo no surge de la técnica, sino de la necesidad. Por eso suena tan vivo.
Red Hot Chili Peppers no existirían como los conocemos sin él. Anthony Kiedis tiene la voz, Chad Smith el pulso, John Frusciante la melodía, pero Flea es el ADN. Su bajo no acompaña: dicta la dirección emocional de cada canción. En “Give It Away” es un torrente rítmico; en “Around the World” es motor nuclear; en “Scar Tissue” se vuelve delicadeza pura. Flea entendió que el bajo podía ser percusión, melodía y emoción al mismo tiempo. Lo llevó a territorios insospechados.

Pero reducirlo al RHCP sería injusto. Flea es uno de los músicos más inquietos de su generación. Ha tocado con Thom Yorke, Damon Albarn, Johnny Cash, Patti Smith, Mars Volta. Ha explorado el jazz en su proyecto Trickfinger. Ha actuado en películas, ha escrito una de las autobiografías más intensas del rock (Acid for the Children) y ha creado una escuela de música gratuita en Los Ángeles para niños de bajos recursos. Para él, la música es comunidad, es catarsis, es acto de amor.
Flea es contradicción pura: un salvaje hiperactivo que, al bajar del escenario, reflexiona sobre espiritualidad y vulnerabilidad. Un virtuoso autodidacta que llora al hablar de Bach. Un punk que defiende la disciplina musical. Un showman que nunca perdió la humildad.
Tal vez por eso su bajo sigue sonando fresco después de cuatro décadas: porque no toca para lucirse, sino para sentir. En un universo de fórmulas, Flea sigue siendo impredecible. Cada nota es una explosión controlada. Cada línea de bajo es una historia. Cada salto en el escenario es un recordatorio: el rock todavía puede ser puro, físico, emocional, libre.

Flea no es solo la base rítmica de los Red Hot Chili Peppers, es su corazón latiendo a máxima velocidad. y a la vez, es mucho más que eso: es la prueba viviente de que el bajo puede ser fuego.