El umbral llamado Rush y su anfitrión: Geddy Lee
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- 30 jul
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En el vasto panorama del rock progresivo, pocos nombres despiertan tanta reverencia como Rush. Más que una banda, Rush fue un umbral: una puerta hacia un universo musical donde la complejidad técnica, la libertad creativa y la integridad artística eran norma, no excepción. Y en ese umbral, hubo siempre un anfitrión peculiar, elegante y absolutamente irrepetible: *Geddy Lee*, bajista, vocalista, tecladista, arquitecto sónico y, en muchos sentidos, el alma visible de una tríada prodigiosa.

La voz que desafiaba lo común
Desde el inicio, lo primero que llamaba la atención de Geddy Lee era su voz. Aguda, estridente, imposible de ignorar, era como si una sirena intergaláctica hubiese decidido cantar rock progresivo. Para algunos fue motivo de desconcierto, para otros un sello distintivo. Pero lo que nunca estuvo en duda fue que esa voz, única y sin compromisos, anunciaba que estábamos entrando a un mundo diferente.
Rush no buscaba ser cómodo ni complaciente. Y la voz de Geddy lo dejaba claro desde el primer acorde: aquí no hay fórmulas, hay desafíos. Con el paso del tiempo, esa voz se matizó, se afinó, se volvió más expresiva sin perder su filo. Y con ella, Geddy se convirtió en uno de los frontmen más inusuales de la historia del rock: uno que no seduce con poses, sino con autenticidad.

El bajo como instrumento de liderazgo
Lo que Geddy Lee hizo con el bajo no tiene muchos paralelos. No era solo acompañamiento ni sostén: era protagonista. Su forma de tocar —melódica, agresiva, rítmica, expansiva— lo convirtió en uno de los bajistas más influyentes de todos los tiempos. En cada disco, en cada gira, Geddy tejía líneas que no solo seguían a la batería de Neil Peart, sino que la empujaban, dialogaban con ella y a veces la desafiaban.
Además, mientras hacía esto, tocaba sintetizadores con los pies o con las manos, cantaba letras llenas de ciencia ficción, crítica social o filosofía, y mantenía la precisión de un cirujano. Era, literalmente, una banda dentro de la banda. No había nadie como él, ni lo hay aún.
El líder sin ego
En una banda donde todos eran virtuosos —Neil Peart, el poeta-baterista; Alex Lifeson, el guitarrista de alma progresiva y corazón rockero—, Geddy Lee cumplía un rol esencial: el del equilibrio. Nunca impuso su liderazgo de forma autoritaria. Al contrario, parecía flotar en el centro, como un nodo conductor. Su humildad era evidente en entrevistas, en gestos, en la forma en que siempre hablaba en plural, nunca en singular.

Su labor como anfitrión de Rush no consistía en dominar, sino en invitar. Geddy era la figura que abría la puerta a ese universo de conceptos, arreglos intrincados y visiones líricas, y decía: “Adelante, esto también puede ser rock”.
Más allá de Rush: memoria, legado y curiosidad
Después del retiro de Rush, y especialmente tras la muerte de Neil Peart en 2020, Geddy Lee ha asumido el papel de cronista y guardián de la memoria del grupo. Su libro de memorias, My Effin’ Life, es un ejercicio de honestidad y amor, donde muestra no solo la historia de la banda, sino también su vulnerabilidad como hijo, esposo, amigo y artista.
Su pasión por la música, por los bajos vintage, por la historia del rock y por la vida misma, lo mantienen activo y relevante. Geddy Lee no se ha encerrado en su leyenda: la observa con distancia crítica, la celebra sin nostalgia y sigue explorando nuevos territorios.
El umbral eterno
Rush no fue una banda diseñada para todos. Su música exige, desafía, propone. Y sin embargo, fue —y sigue siendo— profundamente amada. Su permanencia, su integridad, su negativa a caer en las trampas de la fama superficial, son testimonio de una convicción artística inquebrantable. Y en el centro de ese fenómeno singular estuvo, y está, Geddy Lee.
Como anfitrión de ese umbral llamado Rush, Geddy no ofrecía respuestas fáciles ni fórmulas predecibles. Lo que ofrecía era algo más valioso: la posibilidad de entrar a un mundo donde la música es compleja pero honesta, virtuosa pero humana, cerebral pero emotiva. Un lugar donde pensar y sentir pueden ocurrir al mismo tiempo.
Y esa invitación sigue abierta, cada vez que suena un bajo eléctrico con furia melódica, cada vez que una voz aguda canta sobre libertad, cambio o soledad en un futuro imaginario. Ahí está Geddy Lee, siempre al borde del umbral, saludando con una sonrisa tímida, listo para dejarnos pasar.



















