“It Had to Be You… The Great American Songbook”: la metamorfosis profunda de Rod Stewart para el nuevo siglo

A comienzos del nuevo milenio, Rod Stewart, aquel león rubio del rock británico que en los setenta había cantado con el filo de la calle y el desenfado del soul, sorprendió al mundo con un giro que pocos esperaban: una rendición total al cancionero clásico estadounidense. En 2002 lanzó It Had to Be You… The Great American Songbook, el primero de una serie de álbumes que lo devolverían al centro de la conversación musical, pero desde un lugar completamente distinto: el del crooner elegante, nostálgico y maduro.

Hasta entonces, Stewart había sido sinónimo de energía rockera, sensualidad rasposa y un hedonismo sin filtros. Pero esa voz —áspera, vivida, capaz de convertir un susurro en un rugido— también escondía una calidez innata que siempre había coqueteado con el soul y el jazz. En el nuevo siglo, ese timbre encontró su destino natural en los clásicos de Cole Porter, Irving Berlin o George Gershwin, esas melodías que habían definido la sofisticación de la era dorada estadounidense.

El cambio no fue sólo estético; fue existencial. Rod Stewart, quien había visto pasar los años del exceso, las rupturas y la pérdida de relevancia en las listas de éxitos, decidió reinterpretar la madurez como una forma de resurrección artística. No se trataba de nostalgia sino de una especie de reconciliación: con la música que había influido en sus padres, con la emoción pura del canto sin artificio, con la idea de que la elegancia también puede ser rebelde.

El resultado fue un éxito rotundo. It Had to Be You vendió millones de copias y dio inicio a una saga que lo consolidó como un intérprete versátil y atemporal. Stewart, lejos de la pirotecnia del rock, se transformó en un narrador de sentimientos universales, un puente entre la irreverencia británica y el refinamiento del swing americano.

En cada nota se percibe una metamorfosis más profunda que la de un simple cambio de género: fue el tránsito de la juventud ardiente a la introspección luminosa. Rod Stewart entendió que la verdadera rebeldía, en el siglo XXI, podía residir en cantar con ternura.

It had to be you

“…” —tenía que ser él— quien demostrara que incluso las leyendas del rock pueden reinventarse sin perder su esencia, volviendo no al ruido, sino al silencio elegante de una orquesta que suena a eternidad.