Bill Wyman, el Rolling Stone que decidió irse
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En la historia del rock, pocos gestos han sido tan silenciosamente subversivos como el de Bill Wyman cuando, en 1993, decidió abandonar a The Rolling Stones. No hubo explosiones mediáticas ni rencores públicos. Simplemente, el hombre que durante tres décadas sostuvo el pulso rítmico de una de las bandas más incendiarias del siglo XX decidió bajarse del tren antes de que se descarrilara —o, paradójicamente, antes de que demostrara ser eterno.

Bill Wyman fue siempre el más discreto del grupo. Mientras Mick Jagger encarnaba la ambición y el exceso, y Keith Richards se consumía en la mitología del caos, Wyman permanecía en las sombras, un contrabajo humano que daba estabilidad al vértigo. Nacido en el sur de Londres, con una mente más cercana a la de un archivista que a la de un libertino, Wyman mantenía registros meticulosos de giras, gastos y anécdotas, como si supiera que algún día la historia necesitaría orden. En una banda hecha de impulsos, él era el reloj que marcaba el compás.
Su bajo nunca pretendió protagonismo, pero fue esencial en la alquimia sonora de los Stones. En canciones como Paint It Black o Jumpin’ Jack Flash, su toque era más una insinuación que una declaración: una especie de corriente subterránea que empujaba la música hacia adelante sin reclamar crédito. Wyman comprendía que el bajo, cuando se toca con inteligencia, no se oye tanto como se siente.

Sin embargo, esa misma mesura lo fue separando del espíritu desbordado de sus compañeros. A comienzos de los noventa, mientras Jagger y Richards intentaban mantener la maquinaria viva entre tensiones y reconciliaciones, Wyman ya no encontraba placer en la rutina de los estadios ni en el vértigo de las giras interminables. A los 56 años, eligió algo que pocos músicos en su posición se atreven siquiera a imaginar: la tranquilidad.
Su salida fue un acto de madurez, casi de dignidad estética. En una época en que el rock se había convertido en una empresa global, Wyman optó por recuperar su vida personal, su pasión por la arqueología, la fotografía y el blues más primitivo. Fundó Bill Wyman’s Rhythm Kings, un proyecto más íntimo, libre de la tiranía de la fama, donde pudo volver a disfrutar del oficio sin la carga del mito.
Su ausencia nunca descompuso del todo a los Stones —porque la banda es, a estas alturas, un organismo inmortal—, pero dejó una grieta silenciosa. Keith Richards lo ha dicho entre líneas: Wyman tenía “ese sentido del tiempo” que no se enseña, un don que, una vez perdido, no se reemplaza.
Bill Wyman no fue el Stone más visible ni el más venerado, pero sí el más consciente. Su decisión de marcharse no fue un adiós al rock, sino un retorno a la medida humana del arte. En una banda que encarnó la idea de la eternidad, él fue el único que entendió que también hay belleza en saber cuándo detenerse.
















