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Ian Stewart, el sexto Rolling Stone: la piedra fundacional

En la historia del rock, pocas bandas han alcanzado la estatura mítica de The Rolling Stones. Y sin embargo, detrás del glamour, los riffs inmortales y la pose rebelde, hay figuras ocultas cuya contribución fue esencial para edificar esa leyenda. Una de ellas, quizá la más crucial y menos reconocida, es Ian Stewart: pianista escocés, cofundador del grupo y —según Keith Richards— “el corazón del grupo”. Stewart no solo fue el sexto Rolling Stone; fue su piedra fundacional.

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Nacido en Escocia en 1938, Ian Stewart era mayor que los demás Stones. Tenía modales tranquilos, rostro cuadrado, y una pasión inconmovible por el rhythm and blues y el boogie-woogie. Fue el primero en responder al anuncio que Brian Jones puso en Jazz News buscando músicos para una nueva banda. En 1962, cuando Mick Jagger, Keith Richards y Dick Taylor se unieron a él, los Rolling Stones empezaron a tomar forma. Stewart era el organizador, el tipo serio que conseguía ensayos, reservaba salas, hablaba con los promotores. Su piano sólido y clásico daba un carácter auténtico al sonido primigenio del grupo.



Sin embargo, cuando llegó el momento de presentarse ante el mundo como una banda oficial, su físico y personalidad “no encajaban” con la imagen rebelde que su manager, Andrew Loog Oldham, quería proyectar. Stewart fue expulsado formalmente del grupo en 1963… pero siguió siendo parte de él en la sombra. Siguió tocando en grabaciones, manejando la logística de las giras, e incluso conduciendo la camioneta que los llevaba de un concierto a otro. Nunca se quejó. Nunca exigió atención.

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Su piano está presente en algunas de las canciones más emblemáticas del grupo: "Honky Tonk Women", Honky Tonk Women"Brown Sugar", "Let It Bleed", "Dead Flowers", "Time Waits for No One". Su estilo era directo, sin florituras, como si el teclado fuera una vía férrea sobre la que los demás podían correr con libertad. En los Stones, donde la guitarra y la actitud dominaban el relato, el piano de Stewart era una base invisible, pero firme.


Pero su importancia iba más allá de lo musical. Stewart era el contrapeso moral del grupo: no consumía drogas, no se dejaba arrastrar por la decadencia del rock and roll. Keith Richards lo llamó “la voz de la razón”. En un ambiente gobernado por el exceso, Stewart representaba la disciplina y la dignidad. Era, en el fondo, el adulto en la habitación.


A lo largo de los años, Ian Stewart colaboró también con otros músicos: Led Zeppelin, Howlin’ Wolf, Ronnie Lane. Siempre desde un perfil bajo, siempre desde la música. Nunca buscó protagonismo. Su ética parecía anacrónica, especialmente en un mundo donde el ego y la visibilidad son moneda corriente. Pero precisamente por eso su figura es tan relevante: representa una forma de estar en la música sin convertirla en espectáculo personal, sin pretensiones.

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Su muerte repentina en 1985, por un ataque al corazón a los 47 años, fue un golpe profundo para los Stones. En su álbum Dirty Work lo dedicaron con una sola frase: “Ian Stewart. Gracias”. En 1989, cuando la banda fue incluida en el Salón de la Fama del Rock and Roll, los miembros exigieron que Stewart fuera incluido con ellos, reconociéndolo oficialmente como el sexto Stone. Era justicia poética.


Ian Stewart es la figura que nos recuerda que, a veces, las personas más importantes no están en el centro del escenario. Él no encarnó el mito del rockstar, pero sin él, el mito de los Rolling Stones no habría existido. Su piano no gritaba, hablaba. No buscaba brillar, sostenía. En la historia de la banda más grande del rock and roll, él fue la piedra que la hizo rodar.



 
 
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