Chuck Mangione: el jazz que flirtea con el pop
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Chuck Mangione, fliscornista y compositor nació en Rochester, Nueva York, en 1940, una figura emblemática del jazz que decidió —con éxito y controversia— cruzar las fronteras del género para coquetear con el pop, la música orquestal e incluso con el soul y el easy listening.

Su estilo fue, para muchos puristas, una traición al espíritu libre e innovador del jazz, pero para otros, una evolución necesaria y refrescante que llevó el género a nuevas audiencias. Mangione se convirtió así en un símbolo de esa generación de músicos que entendió que la sofisticación musical no estaba reñida con la accesibilidad.
Su carrera despegó en los años sesenta, tras tocar con Art Blakey y The Jazz Messengers, pero fue en la década siguiente cuando consolidó su estilo característico: una mezcla melódica, luminosa y emocionalmente abierta que, sin abandonar del todo las raíces jazzísticas, se apoyaba en estructuras más simples y armonías que apelaban al oído popular. El fliscorno —menos brillante que la trompeta, más suave y melancólico— se convirtió en su sello sonoro. Fue el instrumento perfecto para sus composiciones cálidas, casi cinematográficas, que desbordaban lirismo.

El punto de inflexión en su carrera llegó en 1977 con Feels So Good, una pieza instrumental que desafió los cánones comerciales y se convirtió en un éxito masivo, algo insólito para una grabación de jazz contemporáneo. Con esa canción, Mangione se ganó tanto la admiración del público general como el recelo de la crítica especializada, que veía en su propuesta una domesticación del jazz. Sin embargo, no puede negarse el mérito artístico y comercial de ese álbum y de otros como Chase the Clouds Away o Children of Sanchez, este último una suite compleja, con arreglos orquestales, escrita como banda sonora para la película homónima de Hall Bartlett.
Mangione representó una suerte de “jazz humanista”, menos preocupado por la disonancia o la improvisación vertiginosa, y más interesado en conectar emocionalmente con su audiencia. Su música fue la banda sonora de una época de transición en la música estadounidense, en la que los géneros comenzaban a fusionarse sin complejos. En este sentido, su obra anticipa la llegada de fenómenos como el smooth jazz o el jazz-pop de los ochenta.
Aunque muchos lo encasillaron como un artista “ligero”, su virtuosismo instrumental, su instinto melódico y su capacidad para construir atmósferas con apenas unas notas le otorgan un lugar propio en la historia del jazz. Chuck Mangione no traicionó al género: lo tradujo, lo envolvió en una calidez singular, y lo llevó a quienes, tal vez, nunca se habrían acercado a Miles Davis o a John Coltrane.
En definitiva, la música de Mangione no fue solo una fusión entre jazz y pop, sino una forma de entender el arte como puente emocional, como un lenguaje que, sin renunciar a la belleza ni a la complejidad, se atreve a sonreír.