Some Great Reward: el punto de partida de Alan Wilder en la creación del sonido Depeche Mode
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En 1984, cuando Depeche Mode lanzó Some Great Reward, pocos podían anticipar que aquel grupo inglés, surgido apenas unos años atrás del hervidero juvenil del synth-pop, estaba en realidad a punto de redefinir las reglas de la música electrónica popular. El álbum no solo marcó un viraje estético: fue el momento en que Alan Wilder, recién incorporado como miembro estable, dejó de ser “el sustituto” para convertirse en el verdadero arquitecto sonoro de la banda.

Hasta entonces, el grupo había experimentado con melodías simples y sintetizadores brillantes. Con A Broken Frame (1982) y Construction Time Again (1983), se percibía ya una búsqueda más oscura, pero todavía en estado germinal. Fue Wilder, con su disciplina casi obsesiva, quien llevó ese impulso al terreno de la ingeniería musical: convirtió las canciones en laboratorios sonoros donde el ruido cotidiano se transformaba en materia prima artística.
Técnicamente, Some Great Reward es un álbum de exploración radical del sampler, gracias a la tecnología Emulator II, que permitía registrar y manipular sonidos externos. Bajo la guía de Wilder, la banda empezó a grabar martillazos sobre metal, cadenas arrastrándose, chirridos industriales y golpes secos que luego se convertían en ritmos programados. En “People Are People”, esa amalgama de percusiones metálicas se funde con un estribillo casi himno, logrando que lo áspero y lo melódico convivan sin contradicción. Wilder aplicaba la lógica de un compositor clásico —dinámica, tensión, resolución— pero usando materiales de la fábrica y la calle.

Narrativamente, el disco refleja la tensión entre carne y espíritu, entre deseo y represión. En “Master and Servant”, por ejemplo, la crudeza lírica de Martin Gore sobre dominación y placer se potencia gracias a la arquitectura sonora diseñada por Wilder: ritmos secos, ecos cavernosos, contrastes calculados que convierten la canción en una especie de ritual mecánico. Y en “Blasphemous Rumours”, el dramatismo de la letra —un cuestionamiento directo a la arbitrariedad divina— se realza con arreglos sombríos, un órgano artificial y percusiones que suenan a golpes de destino.
Lo decisivo fue que Wilder entendió que el sonido no debía ser solo acompañamiento, sino narrador paralelo. Su intervención consistió en otorgar a cada textura electrónica un peso emocional propio: un chirrido podía ser ironía, un golpe metálico podía representar violencia, un eco largo podía traducir angustia. Era, en cierto modo, una orquestación contemporánea construida con los restos del mundo industrial.

Some Great Reward es, así, el inicio de la metamorfosis. Depeche Mode dejó atrás el pop ligero para instalarse en un territorio único, donde lo técnico y lo emocional se entrelazan. Wilder no era el compositor principal de las letras, pero sí el mediador entre la visión oscura de Martin Gore y la posibilidad real de hacerla música. Sin él, esas canciones hubieran sido esbozos; con él, se convirtieron en monumentos sonoros.
En retrospectiva, este álbum abrió la puerta a la trilogía definitiva: Black Celebration, Music for the Masses y Violator. Allí, Wilder perfeccionó lo que en Some Great Reward fue descubrimiento: la combinación de rigor técnico, sensibilidad clásica y osadía experimental. Fue, en resumen, el punto de partida de un sonido que hoy identificamos de inmediato como Depeche Mode: un universo en el que la tecnología no deshumaniza, sino que se convierte en el espejo más fiel de nuestras contradicciones.