Strange Days, el acceso definitivo al universo psicodélico de The Doors
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En 1967, apenas un año después de su explosivo debut, The Doors lanzó Strange Days, un disco que no solo confirmaba su originalidad dentro del rock, sino que también abría una puerta a un territorio sonoro más oscuro, inquietante y profundamente psicodélico. Si el primer álbum había mostrado la fuerza hipnótica de Jim Morrison como chamán-poeta y la precisión instrumental de la banda, este segundo trabajo se erige como una exploración total de los límites de la percepción, una obra donde la psicodelia no es mero adorno, sino vehículo de un viaje hacia lo desconocido.

El álbum fue grabado en los estudios Sunset Sound, en Los Ángeles, con la utilización pionera de un sintetizador Moog, un recurso inusual en el rock de la época y que acentuó la sensación de extrañeza y modernidad. The Doors entendieron la psicodelia no como un colorido estallido pop, al estilo de la Costa Oeste, sino como un descenso hacia el subconsciente. Mientras otros grupos pintaban mundos oníricos, ellos convocaban espectros: la voz profunda de Morrison, los teclados envolventes de Ray Manzarek, la guitarra minimalista y cortante de Robby Krieger y la batería precisa de John Densmore se unían en un lenguaje sonoro que era a la vez ritual y moderno, primitivo y futurista.
El tema homónimo, Strange Days, abre el álbum con una sensación de dislocación: voces que parecen filtradas desde otra dimensión, un ritmo hipnótico que se enrosca como serpiente y una atmósfera que anuncia lo insólito. En People Are Strange, la psicodelia se entrelaza con la melancolía urbana: una visión alienada de la existencia, donde lo extraño no está en los paraísos artificiales, sino en la vida cotidiana.

Pero es en piezas como Horse Latitudes y When the Music’s Over donde se consuma la inmersión. La primera, una declamación poética de Morrison acompañada por ruidos caóticos, se acerca más al teatro experimental que al rock. La segunda, un himno de más de once minutos, es un viaje en espiral hacia la liberación, un crescendo que convierte a la música en rito colectivo, en trance hipnótico que culmina con el grito desgarrador: “We want the world and we want it… now!”.
Strange Days no solo consolidó el mito de The Doors como alquimistas de la psicodelia, sino que propuso una visión distinta: en lugar de colores brillantes y optimismo flower power, ofrecía espejos rotos, sombras y deseos inconscientes. Era un acceso definitivo a un universo donde lo extraño se volvía familiar y donde la psicodelia encontraba su cara más oscura, seductora y filosófica.
En esa conjunción de música, poesía y experimentación técnica, Strange Days se mantiene como uno de los pasajes esenciales para comprender no solo a The Doors, sino la dimensión más profunda y enigmática de la psicodelia de los años sesenta.