El imperio de Howard Schultz: Starbucks y la globalización del café como experiencia
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- 20 jul
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Howard Schultz no inventó el café, ni siquiera fue el fundador original de Starbucks. Sin embargo, fue él quien lo transformó en una experiencia global, en una marca de estilo de vida, en una forma de consumo aspiracional que cruzó fronteras, clases y culturas.

Su visión convirtió una pequeña tienda de granos de café en Seattle en un fenómeno mundial con miles de sucursales en más de 80 países. Este imperio, más allá de vender café, vendió una narrativa: comunidad, conexión, sofisticación cotidiana. Starbucks, bajo el liderazgo de Schultz, representa uno de los casos más emblemáticos del capitalismo emocional del siglo XXI.
Orígenes humildes, visión expansiva
Howard Schultz nació en 1953, en una familia de clase trabajadora en Brooklyn. Esa experiencia marcó profundamente su visión empresarial: buscaba construir una compañía que equilibrara el éxito financiero con valores humanos. En 1982, se unió a Starbucks, entonces una modesta tienda de granos y máquinas de café. Fue durante un viaje a Italia cuando Schultz tuvo la revelación que definiría su legado: el café no era solo una bebida, era una experiencia social. Inspirado por las cafeterías italianas, propuso crear un “tercer lugar” —distinto al hogar y al trabajo— donde las personas pudieran reunirse, relajarse y conectar.
En 1987, Schultz compró la compañía y comenzó la expansión agresiva de Starbucks. Pero lo que vendía no era solo café: era un ambiente, un diseño, una música, un lenguaje propio (latte, venti, macchiato), y una identidad. Cada Starbucks se convirtió en una suerte de microcosmos urbano donde se condensaba la promesa de confort, cosmopolitismo y pertenencia.
Starbucks como marca global: la estandarización de la experiencia
A diferencia de cadenas anteriores de comida rápida, Starbucks no apeló al precio ni a la rapidez, sino a la personalización y la identidad. Su éxito radicó en ofrecer una experiencia que parecía única incluso cuando era replicada miles de veces. La arquitectura, la música, el aroma, el tono de voz de los baristas, todo estaba cuidadosamente diseñado para proyectar una sensación de calidez, autenticidad y modernidad.
Schultz entendió que Starbucks no debía vender solamente café, sino el ritual del consumo. Esa idea fue clave en su expansión global. La marca se convirtió en sinónimo de modernidad aspiracional: en China, India o América Latina, tomarse un frappuccino era, en cierto modo, participar de un mundo globalizado y sofisticado. En ese sentido, Starbucks fue un agente cultural tanto como comercial, llevando consigo valores de urbanismo, consumo individualizado y confort corporativo.

Capitalismo con rostro humano… ¿o sólo buena mercadotecnia?
Uno de los aspectos más notables de Schultz fue su insistencia en presentarse como un empresario con conciencia social. Introdujo beneficios médicos para empleados de medio tiempo, opciones de acciones para los trabajadores, y promovió campañas sobre inclusión, equidad racial y ética empresarial. Durante sus mandatos como CEO, Schultz hizo esfuerzos visibles por mostrar a Starbucks como una empresa progresista, en sintonía con los debates sociales de su tiempo.
Sin embargo, no estuvo exento de críticas. Sindicatos y trabajadores denunciaron prácticas antisindicales, condiciones laborales precarias y una cultura corporativa que, pese a su discurso inclusivo, marginaba las voces críticas dentro de la organización. La contradicción entre el rostro amable del capitalismo que Schultz promovía y las dinámicas reales de poder y control dentro de Starbucks refleja los dilemas del llamado “capitalismo consciente”.
Un legado ambivalente
Howard Schultz dejó la dirección ejecutiva de Starbucks en varias ocasiones, pero su sombra siempre estuvo presente. Su figura se volvió tan influyente que incluso consideró, en un momento, postularse a la presidencia de Estados Unidos. Más allá de sus ambiciones políticas, su legado empresarial es claro: redefinió la relación entre consumidor y marca, creó una cultura del café que desplazó tradiciones locales, y estableció un modelo de expansión global basado en emociones tanto como en productos.
Pero ese legado también plantea preguntas inquietantes: ¿puede una empresa global ser verdaderamente ética? ¿Qué pierde una cultura local cuando se estandariza el café en todos los rincones del mundo? ¿Dónde termina la experiencia y comienza la manipulación del deseo?

El imperio de Howard Schultz es uno de los más visibles de la economía contemporánea. Starbucks no solo cambió la forma en que tomamos café, sino la manera en que entendemos los espacios públicos, el consumo cotidiano y la conexión emocional con las marcas. Bajo su liderazgo, Starbucks fue mucho más que una cadena: fue una metáfora del capitalismo moderno —seductor, personalizado, envolvente— pero también un símbolo de sus tensiones internas. En el vapor de un cappuccino y el eco suave del jazz ambiental, Schultz construyó un imperio donde cada sorbo es también una elección cultural, una identidad en vaso reciclable, y una muestra del poder de convertir un hábito común en una experiencia global.





















