El origen de la verdadera historia de Frankenstein
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Cuando en 1818 apareció Frankenstein o el moderno Prometeo, firmado anónimamente, pocos imaginaron que detrás de aquel relato oscuro y filosófico estaba una joven de apenas veinte años: Mary Wollstonecraft Godwin Shelley. El mito popular convirtió a Frankenstein en el monstruo, pero en la novela, ese nombre corresponde al creador, al cientÃfico VÃctor Frankenstein, cuyo experimento desata una serie de dilemas éticos y existenciales que aún resuenan. Para comprender el verdadero origen de Frankenstein, no basta con mirar al laboratorio ficticio: hay que rastrear en la vida, el contexto intelectual y las tensiones de su autora.

El verano de 1816 en Ginebra fue el caldo de cultivo del mito. Mary, su futuro esposo Percy Bysshe Shelley, Lord Byron y el médico John Polidori se refugiaron en Villa Diodati durante un clima extraño provocado por la erupción del volcán Tambora, que oscureció los cielos de Europa. En medio de noches tormentosas, Byron propuso un reto: que cada uno escribiera una historia de fantasmas. De ese juego surgirÃa El vampiro de Polidori —precursor del género vampÃrico moderno— y, tras una pesadilla de Mary, el germen de Frankenstein. La joven soñó con un cientÃfico obsesionado con vencer a la muerte y con una criatura que abrÃa los ojos a la vida con espanto. Ese sueño se transformarÃa en literatura, pero también en un espejo de los miedos y esperanzas de su tiempo.

El verdadero origen de la novela no es sólo la anécdota del desafÃo literario, sino el entorno cultural en el que Mary creció. Hija de William Godwin, filósofo anarquista, y Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo, Mary Shelley habÃa heredado un universo de ideas radicales: la fe en la razón, la crÃtica a las jerarquÃas sociales y la convicción de que el ser humano podÃa moldear su destino. A eso se sumaba el romanticismo, con su exaltación del individuo, de la naturaleza y de lo sublime. La ciencia, por su parte, estaba en plena ebullición: los experimentos de Luigi Galvani con electricidad y la idea de reanimar la materia muerta circulaban en tertulias y publicaciones. La novela nació en esa intersección entre filosofÃa polÃtica, ciencia experimental y sensibilidad romántica.
Sin embargo, Frankenstein también es profundamente personal. Mary habÃa sufrido ya la muerte de una hija recién nacida y conocÃa el dolor de la pérdida. La criatura sin nombre del relato no es sólo un producto de laboratorio: es también una alegorÃa del rechazo, de la orfandad y de la soledad radical. Si VÃctor Frankenstein representa la arrogancia del creador, el monstruo encarna la angustia del ser humano abandonado, incomprendido y condenado a errar. AsÃ, la novela no sólo anticipa debates bioéticos, sino que explora la fragilidad emocional de quienes nacen al margen del amor.

El verdadero origen de Frankenstein es, por tanto, múltiple: nace del clima extraño de 1816, del legado intelectual de una mujer marcada por el radicalismo ilustrado y romántico, de los avances cientÃficos que alimentaban tanto fascinación como temor, y de la experiencia Ãntima del dolor y la pérdida. No se trata simplemente de una historia de terror, sino de una meditación sobre los lÃmites de la ambición humana, la responsabilidad del creador frente a su obra y la necesidad de compasión en un mundo que suele excluir lo que no comprende.
A más de dos siglos de su publicación, Frankenstein sigue siendo una advertencia: la ciencia y la creatividad humanas son capaces de abrir horizontes insospechados, pero sin ética y sin afecto, pueden engendrar soledad, sufrimiento y destrucción. En ese cruce de luces y sombras radica el verdadero origen del mito: no en un laboratorio ficticio, sino en el corazón y la mente de Mary Shelley.