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La radicalización funky de Remain in Light: esto son los Talking Heads

A comienzos de los años ochenta, el mundo estaba cambiando de piel. En las ciudades, el ruido de las máquinas comenzaba a mezclarse con el de los cuerpos. La tecnología prometía un futuro brillante, pero en las calles aún se respiraba el vértigo de la descomposición. Fue entonces cuando cuatro músicos neoyorquinos, guiados por una especie de ansiedad rítmica y una curiosidad casi antropológica, decidieron traducir el caos moderno en música. Así nació Remain in Light, el disco donde los Talking Heads abandonaron el refugio del art-rock y se lanzaron a un ritual eléctrico, sudoroso, intelectual y corporal al mismo tiempo.


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David Byrne ya no era solo el nervioso cronista de la paranoia urbana. Era un médium. Un intérprete en trance que, junto a Brian Eno —el alquimista del sonido—, construyó un laboratorio musical que destilaba influencias africanas, funk industrial, minimalismo y electrónica primitiva. El resultado fue un organismo sonoro nuevo, un lenguaje que parecía surgir de un enjambre de cables, percusiones y voces que no pertenecían a nadie, o quizá a todos.



Las canciones de Remain in Light no comienzan ni terminan: se repiten, se expanden, se ramifican como una red neuronal. Cada fragmento —un riff de guitarra, una línea de bajo, una voz solitaria— se adhiere a otro hasta generar un cuerpo rítmico en perpetuo movimiento. Ya no hay un “yo” que componga o un líder que dirija: hay una comunidad sonora, una estructura viva que se transforma con cada capa añadida. Es la radicalización del funk, no como estilo, sino como idea filosófica: la despersonalización a través del ritmo.


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En “Born Under Punches”, el bajo actúa como una fuerza gravitatoria que atrae a todos los instrumentos hacia un centro invisible, mientras Byrne declama frases quebradas, entre el delirio y la revelación. En “Crosseyed and Painless”, la ciudad se convierte en una máquina de pulsos: la danza como reacción química ante la ansiedad. Y en “The Great Curve”, la saturación sonora alcanza el éxtasis: la repetición ya no cansa, ilumina.


La gran paradoja es que esta inmersión tribal nace del lugar menos tribal imaginable: Manhattan, epicentro de la alienación posindustrial. Pero Byrne y Eno comprendieron algo esencial: que el caos urbano también tiene su ritmo, su respiración colectiva. Inspirados por Fela Kuti y por las teorías de Deleuze sobre la multiplicidad, reescribieron la noción de identidad musical. Ya no se trataba de quién tocaba qué, sino de cómo todo podía conectarse en una red de energía común. Remain in Light es, en esencia, un mapa de conexiones: entre continentes, entre máquinas y cuerpos, entre la locura y la lucidez.


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Byrne, en sus letras, parece narrar la desintegración del sujeto moderno. “You may find yourself living in a shotgun shack…”: la voz es la de un hombre que despierta dentro de su propia vida sin reconocerla. Es el grito de un individuo rodeado de información, de pantallas, de ruido… que de pronto baila. El funk se convierte así en una forma de exorcismo. Bailar no es escapar: es sobrevivir.


A más de cuarenta años de su lanzamiento, Remain in Light sigue siendo un espejo del presente. Su mezcla de euforia y desorientación suena más contemporánea que nunca. Porque sigue siendo un retrato fiel de lo que somos: seres que intentan encontrar sentido en medio de la saturación.


Esto son los Talking Heads: una mente colectiva danzando en el borde del colapso, una banda que convirtió la alienación en comunión, la neurosis en ritmo y la repetición en revelación. Remain in Light no fue solo un disco, fue una epifanía: el momento en que la música descubrió que pensar y bailar podían ser la misma cosa.




 
 
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